La emoción de los Goya

Crónica Laura Sánchez; fotografías Óscar Lugo


La emoción fue la reina de la noche de los Goya 2025.

Emoción la de los nominados llegando a la alfombra roja, posando alegres y disfrutando de sus segundos de gloria mientras el corazón les latía con el anhelo de alzar un D. Francisco de Goya entre sus manos; emoción la del equipo técnico, logístico y periodístico, que aguantaron la respiración hasta el último segundo velando por que todo funcionase a la perfección; emoción la de los fanes, haciendo realidad su sueño de ver de cerca y hacerse fotos con sus ídolos; emoción la de Richard Gere y Aitana Sánchez-Gijón al reencontrarse en la gala y rememorar su historia; emoción la de los vecinos de Torre Baró, siguiendo la gala desde su barrio y deseando que su autobús llegase a la parada del éxito; emoción la de las presentadoras, dirigiendo la gala con garbo y contagiando de emoción a los asistentes; emoción la de los entregadores, sabiendo que esa noche iban a hacer felices a muchos de los presentes; emoción la de los ganadores, manifestada en palabras, lágrimas y dedicatorias (algunas de ellas parecían no tener fin, pero, como dijo Salva Reina, no sabían cuándo volverán a estar en ese escenario de nuevo, así que había que perdonárselo); emoción la de familiares y amigos, que desde sus casas veían la gala esperando escuchar el nombre de su nominado favorito cada vez que se abría un sobre; emoción la de Antonio Banderas al presentar y entregar a Richard Gere el Goya internacional 2025; emoción la de Richard Gere al salir al escenario, que plasmó en esa sonrisa pícara que le caracteriza y ese baile dedicado a todos los presentes; emoción la de Maribel Verdú al hablar de Aitana Sánchez-Gijón y entregarle el Goya de honor; emoción la de Aitana Sánchez-Gijón, que nos contagio a todos de su buen hacer y de su calidad personal y profesional; emoción la de Eduard Sola, guionista de Casa en flames, al ganar el premio al mejor guión original, que expresó magistralmente en el agradecimiento a esas supermadres que han criado a todos los de su generación; emoción la del presidente de la Academia, que se preguntaba qué hacía un tipo como él en una gala como ésta, y que transmitió su ilusión por la calidad del cine español actual y su intención de que el cine sea una asignatura de educación básica; emoción la de todos los que estábamos en el auditorio, pero también la de todos los televidentes, al descubrir por sorpresa que dos peliculones (el 47 y la Infiltrada) ganaban el premio ex aequo a mejor película por primera vez en la historia de los Goya; emoción la de Carlos Areces, pinchando temazo tras temazo y haciéndonos saltar a todos en la fiesta postgala; emoción la de todos los presentes, celebrando la noche del cine español y dándolo todo bailando y postureando en los photocall; y emoción la de la que escribe estas líneas, que desde pequeña soñaba con el cine, los eventos y los Goya, y que en Granada ha visto cumplido su sueño de estar en una gala de los Goya siendo parte del evento.

Y es que los Goya son más que unos premios; son la celebración del cine que nos emociona, nos inspira y nos representa.

Viva la emoción de los Goya.
Viva el cine español.

 
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